Feminismo, nuevas masculinidades y prevención de la violencia de género

El 25 de noviembre fue el día internacional contra la violencia de género, lo que trae a colación no sólo recordar que, hasta esa fecha en 2016, hubo 40 asesinatos de mujeres a manos de sus parejas o ex parejas, 65.787 llamadas al 016, 70236 denuncias y se concedieron 19366 órdenes de protección; sino que, también, se hace necesario recordar cuál es el problema de base. La igualdad de género no es una asignatura aprobada en España, ni en ningún otro lugar, en los albores del siglo XXI. Muchas han sido las políticas formuladas para intentarlo, y toda piedra sirve para construir una pared, pero a la hora de la verdad, los preceptos teóricos se quedan muchas veces en papel mojado. De nada sirven las leyes de Igualdad si en la publicidad seguimos viendo de manera desproporcionada los cuerpos de las mujeres, erotizados, desvinculados de los objetos que venden como reclamo comercial; si en la televisión y el cine se siguen perpetuando los roles de género que siguen siendo desiguales en perjuicio de las mujeres y su salud, si los niños y las niñas siguen aprendiendo que las relaciones amorosas se basan en relaciones de subordinación, dependencia y sumisión.

Sorprende a la vez que entristece ver cómo mujeres jóvenes proclaman -en la red o en el día a día- que no se consideran feministas, porque lo que quieren es la igualdad… y no les convence la idea de que el movimiento feminista luche por ello. Al contrario, piensan que el feminismo pretende beneficiar a las mujeres como si se tratara de una contrapartida literal del machismo, invirtiendo las relaciones de poder. Las raíces semánticas de los términos opuestos macho-hembra y masculino-femenino tampoco convencen cuando se entiende, erróneamente, que el feminismo intenta conseguir una superioridad de poder para las mujeres, y subordinar a los hombres a una supuesta dominación femenina; lo que, para equipararse al machismo, tendría que denominarse «hembrismo». Aún así, este intento -o quienes lo abanderan- no tendría opción alguna sin un matriarcado detrás, que históricamente hubiese sustentando sus cimientos y, además, que éste hubiese pervivido y mantenido su poder intergeneracionalmente impregnado en la cultura y la sociedad.

Expresiones negativas -en un intento de ridiculizar al movimiento feminista-, como «feminazis», reflejan la amenaza sentida por aquellos que quieren mantener su incuestionable e incuestionado poder: la política de destrucción emerge del miedo. Es por ello que el término feminismo está demonizado en el saber popular, que mantiene una imagen sesgada de «esas pesadas» que tanto defienden sus derechos a no ser sexualizadas a múltiples niveles, ni juzgadas por su aspecto antes que por sus capacidades, por poner algún ejemplo. Lo triste no es que sean algunos hombres quienes abanderen la lucha contra el feminismo, lo que no deja de tener lógica -una lógica egoísta- para quien ve en riesgo el mantenimiento de sus privilegios individuales; sino que se trate incluso de algunas mujeres quienes también le den más importancia al 2% de denuncias falsas por violencia de género que al 98% de las reales, o quienes consideren «injustas» medidas de acción positiva para beneficiar a las mujeres; sin darse cuenta que lo que éstas intentan es corregir una desigualdad real e histórica, sin darle importancia al hecho de que las mujeres estamos infrarrepresentadas en casi todas las esferas de la sociedad del ámbito público, que la pobreza mundial y el analfabetismo tienen cara de mujer, que en otros lugares del mundo y no tan lejos seguimos supeditadas a nuestra capacidad reproductiva, que existe un techo de cristal y un suelo pegajoso que ancla a las mujeres para prosperar en sus carreras, que el poder sigue estando en manos masculinas, seguido de un largo etc. Que las propias mujeres no se sientan feministas cuando la realidad habla por sí sola, sin duda, es una estrategia efectiva del patriarcado para seguir sosteniendo su dominio.

Por su parte, los hombres comprometidos con la igualdad desafían la masculinidad hegemónica frente a su grupo de iguales, al condenar la imposición social de aquellos valores que socializan a los niños en un modelo de comportamiento basado en la represión de las emociones, en la demostración de fuerza y valentía -que alienta a las conductas violentas y la adopción de conductas de riesgo-, en el consumo e intercambio de pornografía que degrada a las mujeres, o la compra de prostitución -otro tipo de violencia de género que también mata mujeres y legitima a través del intercambio de dinero, aprovechando su posición de vulnerabilidad, un abuso físico y sexual contra éstas que incrementa aún más la desigualdad de poder.
Por ello, la salud pública debe seguir luchando por la real implementación de las políticas de igualdad en todos los ámbitos, incluidos el educativo y mediático, para fomentar el desarrollo de otras identidades masculinas fuera de la heteronormatividad, y el aprendizaje desde la infancia de nuevos modelos de relaciones intra e intergénero igualitarios, como prevención de la violencia. En este sentido, las revistas científicas como Gaceta Sanitaria -pionera en publicar estudios de violencia contra las mujeres en España-, tienen un papel legitimador de estas cuestiones como problemas de salud pública.

Erica Briones Vozmediano

Investigadora postdoctoral de la Facultad de Enfermería y Fisioterapia de la Universidad de Lleida.

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[1] Ministerio de sanidad, asuntos sociales e igualdad. Delegación del Gobierno para la violencia de género. Portal estadístico Violencia de Género 2016. [consultado el 15/12/2016] Disponible en: http://estadisticasviolenciagenero.msssi.gob.es/

[2] Connell RW. Gender and Power. Society, the person and sexual politics. Stanford: Stanford University Press, 1987.

[3] Álvarez-Dardet C. El dividendo patriarcal.  Blog de editores Gaceta Sanitaria. [consultado el 15/12/2016] Disponible en: https://bloggaceta.elsevier.es/blog-del-comite-editorial/el-dividendo-patriarcal/

[4] Rohlfs I, Borrell C. Actuar contra la violencia de género: un reto para la salud pública. Gac Sanit 2003;17(4):263-5.

[5] Goldrick-Johnes, A. «Men and feminism. Relationships and differences». En: Druvarajan V, Vickers J. Gender, race and nation. A global perspective. Toronto: University of Toronto Press, 2002. P. 180 294