Con motivo del Día Internacional de las Mujeres, el pasado 8 de marzo organizaciones de más de 50 países (desde El Salvador hasta Tailandia, desde Argentina hasta España) secundaron la iniciativa Paro Internacional de Mujeres (PIM). Además del paro laboral, las mujeres estábamos llamadas a una huelga de cuidados. El Foro Económico Mundial describía así lo que podría suponer “Un día sin mujeres”:
“Este 8 de marzo, esperamos ver un montón de frigoríficos vacíos, casas sucias y familias hambrientas. Esto se debe a que las mujeres asumen la mayor parte de estas tareas vitales pero infravaloradas. De hecho, las mujeres invierten en promedio 4 horas y 47 minutos al día en el trabajo no remunerado, en comparación con sólo 1 hora 30 de los hombres”.
Las contribuciones de las mujeres a la atención a la salud son motores de riqueza y bienestar de las naciones, que sin embargo están minusvaloradas. Ana Langer et al. estimaron (en un estudio con datos de 32 países) que el valor financiero de estas contribuciones al trabajo en salud en 2010 fue del 2,35% del PIB global para el trabajo no remunerado, y 2,47% para el trabajo pagado (equivalente a 3.052 trillones de US dólares)[1].
El cuidado informal es la principal fuente de atención a las personas mayores, enfermas o dependientes. A partir de los datos de la Encuesta Social Europea, Ellen Verbakel et al. informaron que un 34,3% de la población de 20 países europeos (29% en España) eran cuidadoras/es informales y que 7,6% prestaban cuidados intensivos (más de 11 horas semanales)[2]. En España este apoyo es masivo: más de tres cuartas partes de las personas que requieren cuidados los reciben exclusivamente del sistema informal[3].
Los cuidados son un fenómeno profundamente ligado a la división sexual del trabajo y fuertemente generizado. En España son las mujeres quienes mayoritariamente asumen el rol, tanto de cuidadoras principales como secundarias [4], [5]. Ellas representan, por ejemplo, el 89% de quienes cuidan a personas mayores dependientes en España. Las desigualdades de género son también evidentes en las características del cuidado que prestan mujeres y hombres. Las cuidadoras asumen con mayor frecuencia tareas de atención personal e instrumentales, de acompañamiento y vigilancia que los hombres [6]. Las necesidades y las demandas de las mujeres y los hombres en torno al cuidado son muy diferentes, entre otras razones porque las mujeres ofrecen formas más intensivas de cuidado, encuentran más dificultades y tienen que compaginarlo con otras responsabilidades familiares y laborales con más frecuencia que los hombres cuidadores[7].
Los cambios en la provisión de servicios sanitarios y de atención social están aumentando estas desigualdades. Desde los servicios públicos se promueve el cuidado de personas enfermas, mayores y dependientes en su propio entorno, lo cual implica dar un mayor protagonismo al apoyo informal. Pero también se trasladan las responsabilidades de cuidar y sus costes a las personas que asumen el cuidado, tendencia agravada por la actual situación de crisis. Los recortes en los servicios públicos de salud y de atención a la dependencia conducen a una reprivatización (refamiliarización) del cuidado y a un retorno a los roles de género tradicionales. El resultado es una intensificación del trabajo de cuidados, no remunerado, de las mujeres, de modo que la llamada «economía del cuidado» actúa como “buffer” en situaciones de crisis [8].
Las características del cuidado informal afectan muy directamente a su escaso reconocimiento social, convirtiéndolo en el paradigma de una de las principales expresiones del patriarcado: la invisibilización de las mujeres, de su contribución, del valor de lo que hacen, del impacto que supone en sus vidas.
Es amplia la literatura que atribuye al trabajo de cuidar un impacto negativo en la salud tanto física como mental de las personas que cuidan[9]. Los mecanismos se han asimilado a la experiencia de un estrés crónico, debido a la sobrecarga prolongada en el tiempo que soportan las personas que cuidan[10]. Así, las personas cuidadoras pueden presentar mala percepción de salud, mayor morbilidad crónica, mayor consumo de fármacos y hospitalizaciones, depresión, ansiedad, estrés, peor bienestar subjetivo y hábitos de vida poco saludables [11],[12]. Recientemente se están planteando críticas a estos resultados por la escasez de estudios poblacionales bien diseñados[13]. La controversia es mayor cuando se trata de evaluar los efectos del cuidado sobre la mortalidad, donde las investigaciones arrojan resultados contradictorios, en parte debido al posible efecto del cuidador/cuidadora sana[14].
No todas las personas que cuidan experimentan las mismas consecuencias sobre su salud. Las mujeres, mayores, de nivel socioeconómico desfavorecido, con mala salud previa y escaso apoyo social, que cuidan intensamente, sufren peor salud física y psicológica2. La salud de las mujeres cuidadoras se ve más deteriorada que la de los hombres por la mayor intensidad del cuidado que realizan y por su mayor dedicación a tareas relacionadas con la atención personal[15].
Además del tipo e intensidad de los cuidados existen otros factores que pueden influir en que las mujeres sufran peores efectos del cuidado sobre su salud. Estudios cualitativos indican que los cuidados están fuertemente naturalizados en nuestra sociedad como un rol de género propio de las mujeres. De esta manera, ellas mismas asumen los cuidados como un rol propio, que les pertenece por “naturaleza”, y son penalizadas socialmente cuando no lo cumplen adecuadamente. Los hombres, en cambio, cuidan cuando no hay mujeres disponibles en su red familiar o social, con un rol prestado que realizan de manera entendida como altruista, y que merece el reconocimiento y elogio social cuando es asumido [16].
Es esta naturalización del cuidado una de las cuestiones esenciales que impugna el feminismo, desde la ética del cuidado y desde la economía feminista[17]. En una reciente entrevista, la politóloga Joan Tronto planteaba que “cuidar no es algo natural para las mujeres, lo hacen por el privilegio de los hombres”:
“De ahí viene la opresión de la mujer, de entender el cuidado como algo natural. Pues los roles sociales los creamos nosotros. Y esto es una cuestión de justicia: unos privilegiados bloquean a otros que lo son menos. Los que están arriba, fruto de su posición, hacen que los otros hagan lo que ellos no quieren. Y por esa simple razón, los hombres, que son los que están arriba, los presentes en la esfera pública, han relegado a las mujeres… A sus casas.”
El papel de los cuidados es esencial en el bienestar de nuestras sociedades, de manera que el cuidado informal puede ser considerado como un verdadero activo para la salud. Las políticas de salud pública deberían tener muy en cuenta la contribución de las mujeres al cuidado informal y valorar el coste en términos económicos y en salud y calidad de vida que supone cuidar, así como utilizar indicadores del impacto de las políticas sobre las personas que cuidan. Sin embargo, si solo vemos el cuidado como un recurso, corremos el peligro de profundizar en las desigualdades de partida, limitando las oportunidades vitales de las personas que se hacen cargo de los cuidados -especialmente mujeres-, y perjudicando su salud, calidad de vida, autonomía y bienestar.
BIBLIOGRAFÍA
[1]. Langer A, Meleis A, Knaul FM, et al. Women and Health: the key for sustainable development. The Lancet.2015; 386:1165-210.
[2]. Verbakel E, Tamlagsrønning S, Winstone L, et al. Informal care in Europe: findings from the European Social Survey (2014) special module on the social determinants of health. Eur J Public Health. 2017; 27 (suppl_1): 90-5. doi:https://doi.org/10.1093/eurpub/ckw229.
[3]. Colombo, F. et al. Help Wanted? Providing and Paying for Long Term Care, OECD Publishing 2011. [consultado 12/02/2017]. Disponible en http://www.oecd.org/health/longtermcare/helpwanted
[4]. García-Calvente MM, del Río-Lozano M, Eguiguren AP. Desigualdades de género en el cuidado informal a la salud. Inguruak (Revista Vasca de Sociología y Ciencia Política). 2007; 44: 291-308.
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[6]. García-Calvente MM, del Río-Lozano M, Marcos-Marcos, J. Desigualdades de género en el deterioro de la salud como resultado del cuidado informal en España. Gac Sanit. 2011; 25:100-7.
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[15]. Larrañaga I, Martín U, Bacigalupe A, et al. Impacto del cuidado informal en la salud y la calidad de vida de las personas cuidadoras: análisis de las desigualdades de género. Gac Sanit. 2008; 22:443-50.
[16]. Del Río-Lozano M, García-Calvente MM, Marcos-Marcos J, et al. Gender identity in informal care: impact on health in Spanish caregivers. Qual Health Res. 2013; 23:1506-20. doi: 10.1177/1049732313507144.
[17]. Pérez-Orozco A. Subversión feminista de la economía. Aportes para un debate sobre el conflicto capital-vida. Madrid: Traficantes de sueños; 2014. 311 p.
María del Mar García Calvente
Editora Asociada de Gaceta Sanitaria