Tenemos la certeza de que nacer de vientre de mujer permite perpetuar nuestra especie. Culturas antiguas simbolizaban la fertilidad femenina como necesaria para la perduración del grupo y festejaban los nacimientos con prácticas de acogida comunitaria. Con el tiempo, la llegada de una nueva existencia se ha entendido sólo a través de un acto médico. La seguridad clínica es casi el único reto, independientemente de las condiciones psicológicas y sociales que acompañen el nacimiento. Así se ha suplantado la trascendencia de un nuevo ser y el respeto por la capacidad de las mujeres para generar vida. En los tiempos modernos, lejos de mimarse la grandeza reproductiva, las necesidades de mujeres y criaturas han sido menospreciadas, burladas y maltratadas, por normas socioculturales orientadas al mero control de cuerpos gestantes y alumbrados.
Las tecnologías anticonceptivas y de reproducción asistida se han ido acogiendo como una oportunidad para el propio manejo de la capacidad creadora. Es una quimera. El mercado de éstas sigue impregnado de valores y normas centinelas del poder reproductivo de las mujeres, que determinan sus decisiones alrededor de la maternidad, y las consecuencias de salud desigual que les supone.
La patologización de la atención sanitaria al embarazo y parto también manifiesta la tutela social de lo reproductivo. La imposición de procedimientos sin información y consentimiento, la limitación de autonomía y percepción de control de las mujeres, o la reducida confianza en su fisiología, psicología, saberes y autoconocimiento, suponen formas injustas de dominación. A pesar de esfuerzos institucionales para mejorar la atención perinatal, persiste la prescripción de actuar “sobre” mujeres y criaturas, más que acompañar sus necesidades integrando los componentes social y emocional. Una reciente publicación de Gaceta Sanitaria apunta en esta dirección. Las mujeres entrevistadas decían haber recibido información contradictoria o insuficiente del personal sanitario, quien tomaba decisiones en función de su comodidad, no siempre consideraba su estado emocional o expresaba exigencias y reproches1.
Las evitables experiencias insatisfactorias durante el parto, un trato paternalista u ofensivo, las intervenciones innecesarias, impuestas o mal comunicadas, o la ausencia de cuidados esperados que nunca llegan, son indicadores de la denominada violencia obstétrica, como discriminación sostenida por la cultura patriarcal que permea las ciencias y prácticas médicas2.
Bajo las consignas de este orden social, y de lo científico-comercial que lo impregna todo, la sociedad actual parece insensible al significado de la reproducción humana, a la necesidad amorosa de quienes dan la vida y la reciben, y a la responsabilidad global de proteger nuestra prolongación en condiciones justas.
En este sentido en el que parece necesario re-humanizar la vida, deberían ponerse especiales esfuerzos en velar por la Salud Primal, por la adecuada maduración del sistema psico-neuro-inmuno-endocrino de quienes nacen, como pilar de la salud adulta3. Eso implica fomentar la atención fisio-psico-social del embarazo y parto; respetar los tiempos de mujeres y bebés; comprender el proceso como un momento natural que apoyar actuando sólo cuando resulte estrictamente necesario; garantizar cuidados ajustados al nivel de desarrollo de las criaturas; y, facilitar la vinculación temprana con quienes sean cuidadores. Es imprescindible abrir de una vez el protagonismo del nacimiento a aquellas personas ligadas a las criaturas a través de lazos biológicos o no, e independientemente de su orientación sexual e identidad género4.
No sólo “hace falta la tribu entera para educar a una criatura”, también es necesaria para procurar su salud y la del conjunto social. Eso implica la plena incorporación de los hombres a los cuidados, y desaprender que las mujeres deban ser para y por los demás, por naturaleza.
Irónicamente convivimos con valores de desafección por lo reproductivo (como propiamente femenino), y a la par con la exigencia de que las mujeres actúen como madres globales que deben cuidar de todo y de todos. Si bien el sexo femenino, por razones biológicas, puede gozar de la capacidad reproductiva, no se nace con el rol de cuidadora en las venas. “Las mujeres no nacen, sino que llegan a serlo”5. Desde ahí, también los hombres aprenden a ser hombres, y pueden, y deben, ¿y están? aprendiendo a ser padres.
Mejorar la salud equitativamente conlleva “cambiar la vida”, tratar a las nuevas criaturas y a quienes las alumbran como el tesoro social que suponen, y transformar nuestras relaciones jerarquizadas incorporando la corresponsabilidad en la crianza como eje del bienestar social.
La relación entre maternidad y paternidad tiene gran importancia para la salud pública. Sin embargo, los programas de atención reproductiva continúan enfocándose solo en mujeres y bebés. La ciencia y la medicina no sólo destaca a las mujeres como madres, sino que silencia a los hombres como padres6.
Aunque la inclusión de los hombres en los servicios de atención al nacimiento viene siendo parte de la cartera de servicios sanitarios, en realidad, apenas se piensa en dinamizar su implicación temprana como padres, sino más bien se espera que se adhieran a programas disponibles para madres. En este sentido, los hombres “que desean” participar en el proceso de nacimiento, se quejan de la falta de oportunidades para ello y no quieren sentirse figuras secundarias1,7. Este deseo de protagonismo e igualitarismo reproductivo, ha sido interpretado como afán de control8 y figuración pública de los hombres padres, que no se corresponde con una plena implicación dentro de los hogares9-10.
Parece necesario generar debate en la institución sanitaria respecto a qué propósito tiene el intento de incorporar a los padres a los servicios de atención al nacimiento. Es importante visualizarles como cuidadores reales y fomentar su dedicación a las necesidades de salud y bienestar ajenas. Es necesario reforzar las políticas públicas y recursos de apoyo a la corresponsabilidad10. Lograr la plena implicación de los hombres como padres es urgente para la equidad, para enriquecer la sociedad completa, y fortalecer una forma de vida más humana en el planeta.
Gracia Maroto Navarro. Psicóloga. Doctora en Ciencias de la Salud. Profesora de la Escuela Andaluza de Salud Pública (Granada) en el ámbito de la Salud Sexual y Salud Reproductiva y desigualdades de género.
BIBLIOGRAFÍA
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