Al inicio de la pandemia COVID-19, la no disponibilidad de una prueba diagnóstica en la atención primaria y la sospecha clínica cautiva de los síntomas sugestivos de la enfermedad grave nos impidió fijar la atención en el amplio espectro clínico de la enfermedad. En el momento en que la disponibilidad generalizada de pruebas diagnósticas hubiera permitido centrarnos en su descripción clínica, la definición de caso ligada a la positividad de la prueba volvió a dificultar la caracterización de la enfermedad. Actualmente, en nuestro entorno, al dejar de testar de forma generalizada, caso se asocia a infección grave o en huésped susceptible por edad o por condición, o a ingreso hospitalario por otro motivo con COVID19, quedando de nuevo oculta la enfermedad leve o moderada y las presentaciones poco habituales que no levanten sospecha en atención primaria (ocultación en cierto modo igual que al inicio de la pandemia).
Esta pandemia se caracterizó por la gran heterogeneidad en la definición de caso, tanto en los estudios y en las definiciones que hicieron diferentes organismos (Organización Mundial de la salud (OMS), el Centro Europeo para la Prevención y el Control de las Enfermedades (ECDC) o el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC)), como en los métodos de contaje de los diferentes países1. Esto influyó en el imaginario narrativo de la enfermedad (como enfermedad respiratoria grave), dificultó tener una fotografía clara de la magnitud de la pandemia (¿qué ha pasado realmente?) y condicionó las decisiones sanitarias y políticas (aislamiento, contabilización de hospitalizaciones, número de muertos, etc.).
La confusión en la definición de caso (caso igual a infección), junto con el traspaso de tareas de vigilancia epidemiológica a los centros de salud, provocó que se mezclara y confundieran el diagnóstico y el abordaje clínico, con el diagnóstico y la vigilancia epidemiológica. Esta confusión tuvo un impacto directo en la práctica clínica de atención primaria. A nivel profesional cambió el foco u objeto de nuestro trabajo, que pasó de la persona a la prueba, obviando la escucha de la narrativa de los pacientes, e incluso ¡obviando a los propios pacientes! en un ejercicio más de poder médico. En cierto modo, renunciamos a nuestro papel profesional en la descripción de la semiología de nuevas enfermedades y en la producción de conocimiento. También nos olvidamos de una tarea muy propia de la atención primaria: ser testigos del impacto de la enfermedad en la vida de los pacientes. En este sentido, en las ocasiones en que no había prueba, resultó difícil dar credibilidad a la narrativa de los síntomas, incluso cuando estos afectaban de forma evidente a la calidad de vida, como en las personas con COVID Persistente.
¿Se podría haber hecho de otra forma o quizás no? ¿Podríamos haber tenido una imagen más nítida de lo ocurrido o no? ¿Cómo la salud pública y la atención primaria pueden colaborar epistemológicamente?
Gemma Torrell Vallespín, Aurora Rovira y Mª José Fernández de Sanmamed.
GTV y AR son médicas de familia que ejercen en el Centro de Atención Primaria (CAP) Les Indianes y La Pau, respectivamente, ambos pertenecientes al Institut Català de la Salut (ICS) y ubicados en Barcelona. MKFS es médica de familia. Las tres participaron en la elaboración del artículo Construyendo la semiología de la COVID-19: los sabios ciegos y el elefante2.
Referencias:
- Elizabeth Spencer, Tom Jefferson, Jon Brassey, Carl Heneghan. The Centre for Evidence-Based Medicine. When is Covid, Covid? September 11, 2020.
- Torrell Vallespín G, Rovira Fontanals A, Sánchez Amat M, Fernández de Sanmamed Santos MJ. Construyendo la semiología de la COVID-19: los sabios ciegos y el elefante. Gac Sanit. 2022;36:416–24